ONNA BUGEISHA (MUJER SAMURAI)






Entre los siglos XII y XIX, mujeres samuráis fueron entrenadas en el uso de la espada, la naginata, el arco y la flecha. El papel de estas mujeres era meramente defensivo, para que aprendiesen a proteger sus hogares en caso de ataque. Lo que marca la diferencia entre estas samuráis y Tomoe era, que ésta no solo era defensiva sino también ofensiva.

Tomoe Gozen nació en torno al año 1157. Hija de un prestigioso samurái, había sido instruida en las técnicas de combate, como todos los familiares de los guerreros. Tomoe era especialmente hermosa, de piel blanca, pelo largo y bellas facciones. La palabra gozen no es un apellido, sino un título honorífico que se concedía mayormente a mujeres, aunque también a algunos hombres.
Algunas mujeres eran instruidas en el arte marcial de la naginata para proteger sus hogares durante las largas ausencias de los guerreros samuráis. La naginata era una suerte de lanza de madera, que llevaba acoplada una hoja metálica. Tomoe aprendió a dominar la naginata con gran soltura y eficacia. Amante de la lucha, Tomoe se familiarizó también con el uso del arco y dominó a la perfección los caballos.  Cuando su padre estaba en casa, le escuchaba embelesada los relatos de sus batallas, y soñaba con convertirse en una onna bugeisha, o mujer samurái. Consiguió persuadirle para que le enseñase a montar a caballo y le entrenase en el manejo del arco, la naginata, y el kaiken. Este era un puñal corto que demostraba su utilidad en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, y a la hora de perpetrar el jigai, o suicidio ritual, aunque confiaba no tener que utilizarlo nunca para tal propósito.
Esta lanza terminada en una hoja curva y afilada, de largo alcance y muy versátil, permitía compensar la menor fuerza y tamaño de las mujeres respecto a los rivales masculinos, golpeándolos y acuchillándolos, antes de que se pudiesen acercar con sus katanas, cuyo uso requería una potencia muscular tremenda.
Desde el inicio fue una alumna aventajada. Dada su maestría y pericia como amazona, y por el empleo diestro de su arco, pronto comenzó a acompañarle en los combates, en los que enseguida despuntó por su valentía. Sin duda, podía presumir de su brillante y meteórica carrera militar.
Minamoto no Yoshinaka se había fijado en ella por su soberbia forma de combatir, lo que le había llevado a nombrarla comandante de su ejército. Pero también quedó fascinado por su esbelta silueta, sus hermosas facciones, su pelo largo y por su piel blanca, de tal manera que lentamente la atracción que sentía por ella como combatiente derivó en un apasionado amor. No se sabe con seguridad si fue amante o también esposa.
Desde hacía décadas, los clanes Taira y Minamoto competían por el dominio del archipiélago. Al cabo del tiempo, el señor del Trono del Crisantemo (máxima autoridad de Japón) había ido perdiendo su autoridad, quedando reducido a una figura simbólica, en tanto que los militares eran los que detentaban el verdadero poder imperial.
Tras un largo periodo de crisis política y económica, los gobernadores de las provincias, encargados de sofocar las revueltas populares, habían acaparado un enorme poder. Surgieron diversas familias que se disputaban el cargo de Daijō Daijin o Gran Ministro de la corte del emperador, y a la sazón el control de Japón, entre las que destacaban los Taira y los Minamoto, clan al que pertenecía Minamoto no Yoshinaka y Tomoe Gozen.
Unos veinte años atrás, estas dos mismas familias habían protagonizado una guerra civil, en la que los Taira habían aplastado a los Minamoto, ejecutando a sus cabecillas. Cuando su marido Yoshinaka y su primo Yoritomo, hijos de aquellos líderes vencidos, alcanzaron la mayoría de edad y se vieron con fuerzas suficientes, resolvieron vengar a sus padres y resto de parientes fallecidos, y desafiar nuevamente al clan Taira.
Fueron derrotados en las primeras batallas, pero después de dos años de tregua por la hambruna que padecía el país, consiguieron la ayuda de otros linajes, como los Miura, los Takeda, los Kai o los Oba, lo  que hizo que la guerra se reanudara y tuviera un cariz más favorable.
Tomoe Gozen, al frente del ejército de los Minamoto, infligió una notable derrota a los Taira en el paso de Kurikara, que provocó la conquista de Kyoto y conllevo el secuestro del emperador.
Tras esos triunfos, se creyeron invencibles, y determinaron que había llegado la hora de reavivar la rivalidad entre los primos por el liderazgo del clan Minamoto. A su lado acudió Imai Kanehira, hermano de Yoshinaka y magnífico guerrero, mientras que, enfrente, Yoshitune y Noriyori, también respondieron a la llamada de su hermano Yoritomo.
Las tropas de las dos facciones se encontraron en el río Uji, donde se desarrolló una cruenta guerra en la que, en esta ocasión, resultaron derrotados Yoshinaka y Tomoe. Esta derrota fue ocasionada por las especiales habilidades de combate y estrategia de Yoshitune. Con las fuerzas muy mermadas, lograron huir al frente de un exiguo grupo de fieles sirvientes.
Dos días más tarde, las tropas de  Minamoto fueron acorraladas nuevamente en Awazu, a las orillas del lago Biwa. A pesar de la inferioridad numérica, resistieron los ataques de las tropas de sus primos, que en esta oportunidad capitaneaba Noriyori. No obstante, la victoria estaba decantada a favor del bando rival, esta vez de modo definitivo. Sólo era cuestión de tiempo. Sin pensárselo dos veces, Tomoe Gozen montó en su caballo, y se dirigió hacia un claro donde se encontraba uno de los generales enemigos. Desmontó y le propuso un combate individual. El general era muy corpulento, pero Tomoe estaba acostumbrada a pelear con samuráis de extraordinaria envergadura.
Cada vez le resultaba más difícil parar los golpes de la katana del general por su corpulencia. Cerró los ojos, y la imagen de Yoshinaka al partir con su cabalgadura hacia las líneas enemigas, le dio energía para propinar un terrible golpe con su naginata, arrancando la cabeza de su oponente.
En la sociedad japonesa cortar la cabeza de un contrincante digno constituía un gran motivo de orgullo y reconocimiento, pero Tomoe no pensaba entonces en su gloria personal. Sin apenas descanso, un joven samurái que había presenciado el combate le retó a batirse con él. Aceptó, pues su misión era la de ganar tiempo y resistir todo lo que pudiese.
El joven samurái era bastante hábil, aunque la afectación que le había producido la muerte de su general hacía, que sus movimientos fuesen torpes. Tomoe le propinó un buen toque con su alabarda en la pierna. En ese instante, volvió la mirada hacia el emplazamiento donde había dejado a Yoshinaka. No pudo hacer otra cosa que abandonar el combate, aprovechando el desconcierto del corte que había asestado al rival, y montar de un salto en su caballo para regresar al lado de Yoshinaka..
Conforme a la costumbre, a la vista de la inminente derrota, y con el objeto de lavar su honor, Yoshinaka había tratado de consumar el seppuku, consistente en escribir una poesía para luego darse muerte con la daga. Ella lo sabía, y por eso intentó prolongar la batalla, para que él pudiera completar el ritual. Antes de que se clavase el puñal, se habían presentado unos arqueros enviados por el joven samurái herido, y le habían matado con varias flechas en el pecho.
Tomoe ya no podía hacer nada por él. Recogió el poema, y huyó entre los combatientes, sin que alcanzaran a detenerla. Permaneció la noche entera oculta en el bosque de cedros, cipreses y pinos, sin dormir, atenta a los sonidos y olores, hasta que se alejó el peligro.

Minamoto no Yoshinaka y Tomoe Gozen lucharon juntos en las guerras Genpei que se desarrollaron entre los años 1180 y 1185.

Vagó sin rumbo durante muchos días, pensando qué haría a partir de entonces. Al final decidió recluirse como monja en un monasterio budista. Finalizada su etapa de samurái, en adelante se consagraría a la contemplación. Pone rumbo al Monte de la Meditación Eterna.


En el monte santo de Koyasan encontró asilo en una de sus congregaciones femeninas. El ingreso en la Sangha, le obligaba desprenderse de su lanza y de su daga corta. Las únicas pertenencias que podían poseer eran tres túnicas, una cuchilla para raparse la cabeza, aguja e hilo, un cinturón y un cuenco para los alimentos. Por ello, y por si algún día se arrepentía del paso que había dado, escondió estas armas dentro de un tronco del bosque sagrado de Okunoin, a corta distancia del monasterio.
Habían transcurrido unos años desde que llegó a aquel recinto del monte Koya, rodeado de ocho picos a semejanza de los ocho pétalos de la flor de loto que circundan a Buda, sentía que había experimentado un cambio profundo. Por fin había encontrado la paz, la concentración y la armonía con la naturaleza y con su propia alma.
Unos años después de su llegada sucedieron una serie de hechos que  conmocionaron a su congregación. Últimamente y siempre de noche, mientras dormían, alguien se dedicó a realizar hurtos y destrozos en los objetos del templo. Varias estatuillas, imágenes, pilares o cuadros habían resultado rotos o habían sido robados, con el objetivo de atemorizarlas y expulsarlas de aquel enclave.
Buda había admitido que las mujeres también fundasen congregaciones de bhikkhunis, creyendo que podían alcanzar el nirvana igual que los hombres. Se había establecido unas normas mucho más estrictas en su monacato, en un principio con el objetivo de protegerlas, habida cuenta de su aparente debilidad.
Muchos de los monjes que habitaban en los distintos monasterios del recinto eran de la misma opinión, y las consideraban como seres inferiores. No había habido problemas graves de convivencia hasta entonces, pero poco a poco la situación fue empeorando.
Una mañana, después de la ceremonia del fuego, Tomoe acompaña a la superiora de su comunidad a la reunión que debía mantener con el abad del santuario de Kondo, el guardián de la gran estupa Daito, el responsable del salón Mie-do del Honorable Retrato, y otros relevantes monjes. Expusieron sus miedos y padecimientos, solicitándole ayuda para que terminaran los ataques que sufrían. La respuesta que obtuvieron fue de comprensión, más no les dieron ninguna solución al conflicto.
Tomoe no se enfadó tanto como la abadesa, porque durante muchos años había sobrevivido como mujer samurái en un mundo esencialmente masculino, era consciente de la poca ayuda que de ellos podían esperar. Lo que sí le inquietó fue la incómoda y penetrante mirada del acólito del abad de Kondo, que no pudo quitarse de encima el resto del día.
No conseguía dormir por la noche pensando en esa mirada. Por su cabeza pasaban cientos de ideas y de las que no conseguía olvidarse, pese a su adiestramiento. Salió a dar un paseo por el bosque santo de Okunoin, a la luz de la luna.
Inmediatamente se dio cuenta que en el paseo era vigilada por Kobo Dashi, que caminaba junto a ella, protegiéndola. Después atravesó el puente medio o Nakano-Hashi, para franquear el Río Dorado. Purificó su espíritu con sus aguas, se dirigió hacia el recinto sagrado. Atravesó el último puente de Gobyo-no-Hashi, juntó las manos y agachó la cabeza.
Pasó al lado de Torodo, el edificio donde miles de linternas se mantenían siempre encendidas, y se dirigió hacia Gobyo, el mausoleo en el que descansaba en perpetuo satori o meditación los restos del gran Kūkai, conocido tras su muerte como Kobo Daishi, hasta la llegada del nuevo Buda.

Estuvo meditando unos minutos, intentando abstraerse de los sonidos de la noche. Notó que la serenidad le hacía recuperar el control de su mente, y volvió sobre sus pasos para regresar a aquel árbol cercano al templo, en el que escondía sus bienes más preciados: su naginata, su puñal, y los postreros versos de Yoshinaka. Percibió que el espíritu de Kobo Daishi se despedía de ella, y sintió un profundo escalofrío.

Vio cómo una persona se aproximaba al monasterio. Caminaba de forma decidida, y portaba un objeto brillante, que con la claridad que le daba la luna llena, Tomoe reconoció dicho objeto como una katana. Podría ser la misma persona, que había estado provocando los daños en las últimas semanas.
Tomoe no vaciló, agarró la naginata, y se dirigió velozmente hacia la figura. Aun en la penumbra, pudo identificar aquel rostro, que se había vuelto hacia ella cuando oyó su carrera. Se trataba del acólito que escoltaba al abad en su reunión de la mañana.
En un segundo, el hombre también arrancó a correr a su encuentro, blandiendo la katana en la mano. Miles de ideas fluyeron en mente de Tomoe, hasta que relacionó la cojera del  sujeto con la herida que le infligió a aquel bisoño samurái en Awazu.
No le había reconocido por la mañana, acaso porque llevaba su cabeza rapada. Mientras se aproximaba, ella siguió haciendo conjeturas acerca del joven discípulo del samurái al que abatió, y fue quien dio la orden de que ejecutasen a su marido antes de que pudiese completar el seppuku.
Ella había superado la pérdida de su amor, y su espíritu había encontrado la calma durante estos años de internamiento. Pero el joven samurái estaba claro que no lo había conseguido, ya que no superó el odio hacia las mujeres, que quizás ella había originado cuando ajustició a su preceptor. Seguro, que el inicio de todos aquellos destrozos coincidía con su reciente llegada al enclave de Danjo Garan.
Ante el inminente combate, debía concentrarse en evitar el ataque del guerrero, que se había acercado demasiado. A diferencia de sus antiguas contiendas, en las que iba pertrechada con la pesada armadura, de hierro macizo solamente aligerada en algunas zonas con piezas de cuero, para dotarle de cierta movilidad, ahora vestía la yukata, una túnica ligera que no la protegería de la estocada del afilado sable. El samurái ya se había aproximado demasiado como para poder batirlo con su alabarda. Solo le quedaba confiar en un tajo certero de su estilete. Cuando se arrojó sobre ella, sorteó el golpe con un desplazamiento sutil de su torso, en tanto que con un leve movimiento de su brazo, alcanzó el vientre del samurái.
Hacía tiempo que no tenía un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y a pesar de su precisión en el lance, estaba segura de que se había abalanzado sobre ella sin intención de matarla, sino muy al contrario, esperando recibir un corte mortal. Él sabía que esta era la única manera, en que ambos podrían descansar al fin en paz. Tomoe lo certificó cuando aquellos ojos le brindaron una mirada de agradecimiento antes de morir. Tomoe limpió su daga, y la guardó en el tronco, convencida plenamente de que, ahora sí, nunca más la necesitaría. No se sabe con certeza cuando murió Tomoe.
Con el  paso de los años se convirtió en un símbolo de Japón. En el siglo XV se escribió una pieza teatral titulada “Tomoe”. En el siglo XVIII se escribió una obra kabuki sobre Tomoe titulada “Onna Shibaraku”. Se crearon numerosas planchas xilográficas sobre Tomoe y sus hazañas. Actualmente su figura aparece en animes, mangas y vídeo juegos.
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Tomoe Gozen  (1157–1184) fue una de las pocas guerreras samurái u onna bugeisha en la historia de Japón, durante el período de las Guerras Gempei (1180–1185).

Según El cantar de Heike: 'Tomoe era especialmente hermosa, de piel blanca, pelo largo y bellas facciones. También era una excelente arquera, y como espadachina era una guerrera que valía por mil, dispuesta a confrontar un demonio o un dios, a caballo o en pie. Domaba caballos salvajes con gran habilidad; cabalgaba por peligrosas pendientes sin rasguño alguno. Cuando quiera que una batalla era inminente, Yoshinaka la enviaba como su primer capitán, equipada con una pesada armadura, una enorme espada y un poderoso arco; y ella era más valerosa que cualquiera de sus otros guerreros. Se estima que Tomoe (nombre que significa Círculo perfecto) nació en torno al año 1157 en una familia de samuráis, por lo que, como era costumbre, todas las mujeres de su familia se entrenaron en el manejo de la naginata, lo cual era necesario para proteger el hogar.
Tomoe luchó durante las Guerras Gempei, un enfrentamiento entre los clanes Taira y Minamoto que duró cinco años. En el año 1184 tomó Kioto tras ganar la Batalla de Kurikawa. Cuando finalmente el clan Minamoto venció, su esposo Minamoto no Yoshinaka fue acusado de conspiración por el shogun Kamakura, Minamoto no Yoritomo, lo que provocó que el Emperador lo declarara enemigo del Estado y lo mandara ejecutar. Según algunas fuentes, Tomoe moriría en la Batalla de Awazu en 1184, donde también moriría su marido. Sin embargo, El cantar de Heike asegura no sólo que Tomoe fue uno de los cinco Kiso que permanecieron con vida al final del duelo, sino que también explica que Tomoe no era esposa de Yoshinaka, sino sólo una asistente. Otras fuentes aseguran que Tomoe fue derrotada por Wada Yoshimori y se convirtió después en su esposa, convirtiéndose en monja tras la muerte de éste. Nunca se ha comprobado la autenticidad de la existencia de Tomoe, salvo lo escrito en Heike Monogatari. Aun así, la tumba de su asistente femenina Yamabuki Gozen sí se ha encontrado, y la mayoría de sucesos narrados en "El cantar de Heike" son considerados verdaderos por los historiadores.
La palabra gozen no es un apellido, sino un título honorífico que se concedía mayormente a mujeres, aunque también a algunos hombres.
Tomoe Gozen en es.wikipedia

Nakano Takeko (1847 - 1868)
Fue una mujer samurái del dominio de Aizu, que luchó y murió en la guerra Boshin. Nakano, nació en Edo, hija de Nakano Heinai, un oficial de Aizu. Fue intensamente entrenada en artes marciales y educada en literatura, siendo adoptada por su maestro Akaoka Daisuke.1 Fue instructora de artes marciales junto a su padre adoptivo desde el inicio de la década de 1860, Nakano viajó a Aizu por primera vez en 1868.1 Durante la Batalla de Aizu, combatió con su naginata y dirigió un cuerpo de combatientes femeninas que lucharon de forma independiente, oficialmente no formaban parte de las fuerzas militares del dominio. Posteriormente esta unidad fue denominada ejército femenino.
Su unidad lideró la carga contra el ejército imperial japonés con tropas del dominio de Ōgaki, donde recibió un disparo en el pecho. Para evitar ser aprehendida por sus enemigos pidió a su hermana, Yūko, que la asistiese en el ritual de seppuku, decapitándola, su cabeza fue llevada al templo de Hōkaiji (actualmente Aizubange, Fukushima) y enterrada bajo un pino.
Se erigió un monumento a su memoria junto a su tumba en Hōkaiji y hoy día podemos visitar un monumento situado al lado de ese árbol. Construido como un monumento a la valentía de Nakano Takeko y su excepcional habilidad en la batalla tanto los nativos de Aizu como el Almirante Imperial Dewa Shigetō se involucraron en su construcción. Durante el festival otoñal de Aizu, un grupo de chicas jóvenes visten la hakama y bandas blancas en su cabeza para tomar parte en la procesión en conmemoración de las acciones de Nakano y su grupo de guerreras en el Joshigun.

Hōjō Masako (1157 – 1225)
Un samurái no siempre consigue el poder mediante el combate y la fuerza; también lo hace a través de la política y la inteligencia. Es el caso de Hōjō Masako, una de las pocas mujeres que detentó el poder de todo Japón en la sombra, detrás de toda una serie de mecanismos y tratos que le permitieron ser la mujer de la casta samurái más importante de su época.
Para entender cómo Hōjō Masako llegó al poder es necesario explicar antes el trasfondo histórico que le rodeaba. Nacida en una familia guerrera en la provincia de Izu, cuando alcanzó la edad adulta se vio envuelta en las Guerras Gempei (1180 – 1185), el conflicto bélico que asentaría el dominio de la casta samurai durante nada menos que siete siglos. Esta guerra enfrentaba a los clanes Taira y Minamoto, que se disputaban el poder por encima del Emperador.

La familia Hōjō era poderosa antes de la guerra, pero su dominio se limitaba a la región de Izu. El padre de Masako, Hōjō Tokimasa, era un hombre que sabía manipular el juego de tronos a su antojo, característica que más tarde heredaría su hija. Antes de las Guerras Gempei, los Minamoto intentaron retirar a los Taira del poder, pero fracasaron. Toda la familia fue masacrada excepto sus hijos. Así, el hijo mayor del clan, un joven de 13 años llamado Minamoto Yoritomo, fue recluido en los dominios de los Hōjō.

Pero los Minamoto no estaban acabados, y el padre de Masako lo sabía: por eso acordó su enlace matrimonial con Yoritomo en 1180: el comienzo de la guerra. Aprovechando la debilidad de los Taira y el trato de favor que algunos miembros de la familia imperial todavía reservaban para el clan Minamoto, los Hōjō con Tokimasa a la cabeza lideraron una brutal guerra que les llevó a la victoria: Yoritomo se convirtió en el shogun y Masako, en la mujer más poderosa de Japón. Tras la muerte de Minamoto Yoritomo, el poder oficial se transfirió a su hijo Yoriie, pero la realidad era bien distinta: los Hōjō establecieron un gobierno en la sombra, liderado por Masako, madre del shogun. Para ello, aniquilaron a los miembros Minamoto que les suponían algún obstáculo, situando a títeres fáciles de manipular en su lugar que les permitieran ostentar el poder. Hōjō Masako, una mujer experta en las argucias y con enorme habilidad para mantener el poder estaba a cabeza de los Hōjō, y por tanto, del gobierno de Japón, posición que no abandonó hasta su muerte.

Mon (emblema) del clan Hōjō
Fueron cayendo, poco a poco, todos aquellos clanes potencialmente peligrosos para el poder de Masako, por supuesto siempre bajo su absoluta supervisión. Nunca enfrentó a los enemigos de manera directa; ni siquiera se personó en una batalla en toda su vida. Jugó las cartas necesarias para incitar rebeliones internas entre sus enemigos, construyó una red de alianzas y favores; también consiguió que su segundo hijo Sanetomo ascendiera a ser el tercer shogun tras el asesinato del anterior. Pero los enemigos del clan Hōjō -liderado principalmente por Masako y su hermano, Yoshitoki, que era consejero del shogun- nunca dejaron de aparecer, y Sanetomo también fue asesinado. Los dos hermanos tomaron una decisión drástica y declararon la ley marcial, colocándose como dictadores por encima del shogunato. Para afianzar su posición, colocaron a un shogun para su conveniencia, un bebé descendiente de los Fujiwara -familia que fue trascendental hasta hace pocos años y que contaba con sangre imperial-, una decisión que tampoco contentó a todo el mundo.
En 1224 Masako tuvo que hacer frente, ya en solitario, a su último gran desafío: la muerte de su hermano. El clan Miura aprovechó esta ocasión para intentar derrocar a la fémina de los Hōjō, un golpe que fue reconducido mediante negociaciones y acabó en nada. Otro Hōjō ocupó el poder oficial, el sobrino de Masako, mientras que ella siguió ostentando el poder hasta su muerte. Probablemente, la mujer que más tiempo y con más eficacia ha liderado el país en la historia de Japón.